Esta es la historia de 4 chicas
nerds que por esas cosas del destino se unieron en Segundo Medio. Dios los cría, el diablo los junta. Y no, señor, se equivoca si cree que estoy relatando una historia paralela a
Amigas y Rivales,
El Juego de la Vida,
Clase 406 o una copia más de esas teleseries mexicanas que pretenden mostrarnos un poco la vida de los adolescentes en secundaria o que, más cercano a nuestra realidad y no a la de mi Lela, me estoy basando en la súper teleserie juvenil chilena con la que supuestamente nos sentimos tan identificados. No, esto no es
17. Pero a veces, estas 4 chicas sintieron que alguien había tomado sus vidas como experimentos de situaciones extremas (llámense locas, estúpidas, patéticas) al más puro estilo
The Truman Show.
Nadie les aclaró que nacieron siendo lo más cercano al prototipo
loser estadounidense. No muy curvilíneas, bajitas o flacas en extremo. Nadie les aclaró que ninguna tendría suficiente personalidad para lograr muchos amigos, para ir a fiestas y conocer a chicos con los cuales jugar a la botella. Pero tampoco esperaron que nadie lo hiciera, simplemente lo comprendieron antes de tiempo. Y se limitaron a ir al colegio, a reírse de cosas medianamente graciosas, a ser buenas y a llenar sus agendas con el nombre del chico que les gustaba. Ese que lógicamente nunca las tomaría en cuenta. Y más aún. El mismo que jamás notaría su existencia.
En Tercero Medio, sin embargo, se produjo un quiebre. Uno de esos que mi profesora de Historia llama
rupturas estructurales. Heavy. Las cuatro chicas subidas al escenario de pronto, criticadas por medio colegio, odiadas y amadas, pero más odiadas. Nunca a nadie le había interesado criticar el acné de una de ellas o su peculiar modo de usar uniforme, pero de pronto, se volvió una de las razones de las carcajadas a sus espaldas. Ella se encogían de hombros, divertidas ante el fenómeno.
Weird. Eran, por primera vez, tan populares.
Los chicos malos no tardaron en aparecer. Confirmaron ese vil mito de que
las chicas siempre eligen al peor. Al más indiferente, al más complicado, al más
freak. Esos que hacen creer en un secreto, en un milagro, en la cura de una chica simple a todos sus problemas. Un quiebre a toda su soledad. Pero en fin, no hablaremos de eso ahora. Debemos centrarnos en las cuatro chicas. En cómo comenzaron a llamar la atención, en cómo muchos se acercaron a ellas para interrumpir la burbuja de acero que las protegía. Llamándolas absurdamente raras, muchos chicos se sintieron atraídos por algo que nunca existió, algo que imaginaron. Como si estar alejadas del resto y hacer cosas sin sentido las conviertiera en criaturas de otro planeta con la facultad de regalarles algo del encanto - inexistente, por lo demás -.
El colegio tomó otro sabor para ellas. Ya no les importaba lo mucho que sus compañeros las molestaran en clases, ni sentirse patéticas jugando handball en educación física, cuando las chicas se encargaban de hacerlas salir del equipo y ganar un dos directo al libro. Qué importaba no ser excepcionales en esa soberanamente idiota asignatura, si sólo servía para potenciar una faceta masculina que a ella no les hacía falta. Desde hace tiempo sabían que las mujeres se sentían más cool siendo masculinas, de ahí el interés por el fútbol y las camisetas arremangadas. Jamás lo entendieron. Era ilógico creer que por estar sudadas los hombres las querrían más.
Potenciaron todo lo que antes hacían inconscientemente. Por primera vez les gustó ser ellas mismas, incluso si no tenían el cabello brillante y la nariz respingada. Nació la arrogancia y se aumentó el orgullo. Pero siguieron siendo buenas en esencia, las mismas
nerds que se tiraban al pasto a comer papas fritas después de clases y que fumaron por primera vez luego de un mal día en el colegio, echando humo hasta por las orejas. Ninguna dejó de entrar al baño de mujeres y decir "
Tengo cara de demonio" o "
Nada que hacer" tras unas miradas al espejo. Ninguna dejó de babear tras las vitrinas del
Eurocentro, fulminadas por las miradas de especímenes góticos, otakus y chicos pseudo-británicos, sólo por vestir normalmente y no tener cara de estar desangrándose. Pero se acostumbraron a esta nueva etapa de sus vidas y supieron que iba a terminar mucho antes de lo que quisieran. Porque jamás desearían que terminara, aún cuando esos pésimos días teñidos de gris profundos las hiciesen gritar lo contrario. "
Puto año", dijeron muchas veces, pero no. Era el mejor de sus vidas.
Y el año termina y las despedidas les hacen perder el
cutout. Las cosas vuelven a re.ubicarse visiblemente, como cuando en el VHS se apretaba rewind sin stop. Intentan olvidarlo de alguna manera, se juntan a tomar y el asco las obliga a botar media botella por el water. Nunca les gustó el alcohol, pero siempre quisieron emborracharse para ver si podían hacer cosas más locas. Apretaban la nariz y anulaban el gusto por un instante, mientras rogaban que el estúpido líquido hiciera su efecto rápido. Nunca sucedía nada más que las secuelas psicológicas, algo así como las risas estúpidas para procurar
sentirse en otra.
Se sentían realmente afortunadas por esa invitación libre a uno de los carretes más largos y locos de su existencia. A ese que siempre miraron desde afuera, escuchando la música, pero sin bailar. Comentando lo que sucedía, imaginándose allá dentro. Tal vez se llamaba adolescencia, pero no creían que así fuera. Era demasiado irreal. Demasiado telenovelesco. Asquerosamente juvenil.
Tarde, pero había sucedido. Por error o por caridad. Alguien había sacado a las pernas del encierro. Pero ahora estaban en el umbral preguntándose si regresar o seguir.
Y una de ellas se encarga de narrar esto para encontrar alguna respuesta. No conoce a nadie que se haya cuestionado tanto algo tan simple. Tiene 16 años y espera seguir teniéndolos
eternamente. Se pregunta si a alguien le interesa seguir leyéndola, aún cuando su lado más natural ha quedado descubierto.
Quién dijo que los síntomas depresivos aparecen sólo en invierno.-