vueltas (y más redundancia)

. . *no hay verdad más real que la que no se dice.




Sin mentirles.

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Y es que si no dejara las cosas tiradas de vez en cuando, simulando que son asuntos pendientes de esos que no me cree nadie, no sería yo. En fin, para qué les voy a escribir otra vez la típica cátedra de la cabra chica que se olvida cada cierto tiempo que tiene blog y (muy a veces) cosas que decir. Mejor nos ahorramos espacio y vamos directo al grano: Bienvenidos a este nuevo post, lectores y lectoras -queridos sobrevivientes a la amnesia temporal- soy la misma persona de aburridos diecisiete años, cuya vida no ha cambiado mucho desde la última entrada - a excepción de un par de rojos más en el libro de clases y unos cuantos cortes de pelo- escribiendo para el lector promedio al que se supone ingenuamente debería interesarle este par de líneas que intentan retratar mi existencia actual calificada objetivamente de depresiva y contradictoria.

Si bien mis metáforas carecen de rating y sentido, a veces creo que mis días son como una de esas canciones que se repiten eternamente en winamp y da flojera cambiar. Y así me he vuelto indiferente a los sonidos y a las palabras de tanto percibir lo mismo. No se asuste si todo esto le suena a suicidio inminente, porque si algo he puesto en un lugar fresco y seco en todo este tiempo son mis ganas de cumplir sueños - por más cursi que suene- y para eso necesito una dósis decente de años dando vueltas por este planeta.

Qué lata que las coincidencias no existan y que el tiempo se pase volando. Por ahora me limito a sobrevivir a este fin de año coleccionando paciencia y contando los días, cruzando los dedos por no fracasar en esa bendita prueba en la que he invertido tanto tiempo de este año, dentro de un cuento que ni yo misma me creo y que hasta lo mismo me da, omitiendo la pena que tengo por no ser parte de esa nostalgia de fin de colegio que comparten mis compañeros de cuarto medio, examinando desde lejos los polerones llenos de sobrenombres genuina y supuestamente cariñosos como panxi, sebita, kbezon, mila and stuff sobre el infaltable título (generación dosmilséis), mientras mi profe de matemáticas del preu habla y habla sobre cosas que ni en la más electrizante etapa pre-PSU podrían interesarme. Tan absurda y ajena me siento a esta realidad casi cebollera que está acabando hasta con la mala onda eterna de ciertos personajes dentro de la sala, tan intrusa en esa foto de fin de año que me tomé con mi curso nuevo -¿les conté que me cambié de curso por graves problemas de to-le-ran-cia?- que a veces se me olvida que estoy a días de licenciarme y dejar para siempre ese lugar repleto de pena, rabia y felicidad.

Es el precio que tengo que pagar y no por ser pseudo-distinta -como intentan consolarme algunas personas misericordiosas de esta tonta pendejita que lo que menos quiere es dar pena (anote bien eso)- sino por haber decidido ser distinta. Este es el costo de haber elegido no reírme junto al curso cuando mis compañeros dejaron de ser esos cabros chicos graciosos que me hacían llorar de verguenza con sus sobrenombres crueles y luego borraban la pena a carcajadas en el patio cuando jugábamos al pillarse. Lento pero seguro empezó el desagrado irreconciliable, en esas clases de historia, cuando los cabros chicos ya no eran más graciosos y se convirtieron en unos pailones groseros y especialmente carentes de neuronas que interrumpían las charlas del profe -las únicas que me interesaba escuchar en aquellas tediosas horas- y manejaban una obsesión que hasta el día de hoy no logro entender por dibujar genitales en las mesas. Entonces, nunca más fue posible salir al patio a olvidar los insultos que nos lanzábamos sin querer, sin darnos cuenta, con esos mismos tipos que alguna vez fueron mis amigos.

Y a modo de conclusión, señores y señoras aburridos del melodrama, acepto que nunca en mi vida - ojo, esta frase no es sólo un recurso literario para que usted se asombre y se emocione al finalizar el post- había deseado tanto ser parte del montón y sentirme una más de ellos, aunque fuese posteando frases dramáticas en el fotolog de mi curso con sabor a consuelo para la nostalgia de cualquier cosa que termina.



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¿Quién demonios soy?

  • I'm pseudoniñita.
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  • Con 17 años de edad y un par de neuronas disléxicas, hace rato dejé de creer en el viejito pascuero.
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